Valió la pena

La primera parte de su existencia fue maravillosa. Un mundo iridiscente como el brillo de las estrellas acogió su ser. La belleza más sublime, el color más  intenso, la recibieron al nacer. Dolía mirar tanta belleza. El amor que irradiaba todo su alrededor era palpable.

Pronto llegó al bosque de la expresión, cientos de hilillos negros intentando coartarle sus pasos, educar su camino. Es un proceso que hay que atravesar, nunca funciona del todo pero es inevitable. Ella lo atravesó con soltura, valentía y decisión y pronto dejó atrás sus influencias para correr por el camino de los besos y las caricias, de los sonrojos y los fríos. Su trayecto en esa época fue rápido, el tiempo voló hasta casi dejarla atrás, a pesar de ser el más largo, pareció su camino más corto.

Notó como se acercaba el final de su viaje cuando los obstáculos fueron más irregulares, cuando los pliegues de lo que había sido su línea vital fueron más tenaces, los surcos más profundos. Al mirar atrás vio como su vida, su efímera vida, se tornaba un sinsentido caótico de sensaciones enclaustradas en un sentimiento de vacío.

Cuando la manga se acercó, ella  se pregunto para que había venido al mundo y tuvo ganas de llorar, pero recordó que las lágrimas no lloran y en un lapsus decisivo supo que su vida sí había tenido un motivo y sí había servido de algo.

Con su desaparición se llevaba la pena de quien le había creado, la angustia de la soledad acompañada, el nudo de la garganta que más que nudo es bola y la máxima minimización de un corazón encogido, dolorido, todo eso se iba con ella. Sí había valido la pena.